Antes tomábamos
medidas oportunas para recuperar lo que no habíamos perdido todavía: nos
hostigaban la inseguridad y la impaciencia como a Ío los tábanos. Pero todos
los castillos inexpugnables han sido ya expugnados; todos los acompañantes
insustituibles han sido ya sustituidos; todos los amores inolvidables,
olvidados… ¿Olvidados? No, sino que fuimos embotando los largos filos que nos
ensangrentaban. ¿Es que somos más fuertes? No, acaso es que somos simplemente
más nuestros, y hemos ido cerrando las ventanas. O acaso es que empezamos a ser
cada vez menos, y volvemos la mirada hacia dentro. La sangre se nos hace
perezosa. Y el llanto.
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