Se producía,
al final del amor, un atisbo de paraíso antes de que sus puertas se cerraran de
golpe. Ahí yacían las dos, caídas, como ácaros. La soledad extendía sobre el
lecho su sábana incolora. Separaba los cuerpos de las víctimas, que fueron
aliadas y cómplices en el asalto mutuo. No quedaba otra cosa común sino la
soledad… Y el silencio de los cuerpos, que retornaban a adentrarse en sus
murallas respectivas. No duraba el sentimiento, aunque era verdadero…
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