Cuando
llegue aquel día ya no me consolarán de mi soledad, tan enconada, tan diaria,
tan sólida, ni los éxitos de los que quiero. Porque sus éxitos no amparan ni
calientan ni acarician. No son éxitos capaces de reparar tanta ausencia de una
mano en las mejillas, de un brazo sobre el hombro, de unos besos revolviéndose
por las comisuras de los labios.
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