lunes, 31 de diciembre de 2012

¿Y si ya no quiero este jardín?


No deseo engañarme más: mi jardín, el pequeño jardín en el que me he movido, es lo contrario de la naturaleza, como lo contrario de un río es un pantano. Quizá el pantano sea más práctico y más útil, pero el río no es él; el río, con sus avenidas y sus estiajes, es lago vivo y fluyente. La naturaleza es la selva, la jungla, la aridez o la felicidad: lo opuesto a los recortados macizos de un jardín, lo puesto a la artificialidad domesticada de los setos y de las podas. El desorden de fuera no lo entendemos porque es más grande que nuestro corazón. Lo que entendemos es el orden del jardín, siempre tan confortable…

Esencia


Se producía, al final del amor, un atisbo de paraíso antes de que sus puertas se cerraran de golpe. Ahí yacían las dos, caídas, como ácaros. La soledad extendía sobre el lecho su sábana incolora. Separaba los cuerpos de las víctimas, que fueron aliadas y cómplices en el asalto mutuo. No quedaba otra cosa común sino la soledad… Y el silencio de los cuerpos, que retornaban a adentrarse en sus murallas respectivas. No duraba el sentimiento, aunque era verdadero… 

¿Tanto ha cambiado?


¿Quién no se ha reencontrado con alguien a quien amó? Los ojos por los que nos iluminaba el fulgor del mundo son unos ojos hoy corrientes: ni si quiera grandes, o de un tono verde especial como nos parecía, o sin la oblicuidad que nos emocionó. Las manos bajo cuyo tacto nos esfumábamos, hoy aparecen cruzadas, indiferentes, invisibles de puro normales. Los labios por cuyos besos fallecíamos nos hablan hoy de un tema tan poco interesante que miramos el reloj sin darnos cuenta…Qué experiencia tan terrible la de enfrentarnos con a quien ayer amamos y con quien ayer fuimos… ¿Tanto habrá cambiado? Se ha evaporado quizá el aliciente del deseo. Paso el tiempo y transformó aquel ayer en hoy. No podré quizá tomar entre las mías estas nuevas manos, inclinarme sobre esta nueva boca, reflejarme en estos nuevos ojos. 

Carpe Diem.


La vida es el presente nada más. Hasta la eterna, de la que con tantas precauciones se nos habla, es el puro presente. ¿Cómo vivir en el ayer? Sería una manera de morir.


Mis días de ayer me han traído hasta aquí. Mis ayeres me han hecho como soy; pero quien vive es mi yo de ahora.

No sé si se hace camino al andar o es el camino el que nos hace. Sé que hay que renunciar al camino ya andado, nos sea fácil o no esa renuncia. Hay que conceder una amnistía total a las culpas pasadas, nuestras o de los otros; dejarse de lamentaciones y de resentimientos. Eso es lo que a diario me propongo.

La dolce vita


La vida, sea cual sea, es lo único que vale la pena: Lo sé ahora. Entre otras razones, porque no tenemos más que a ella, o porque por nada más que por ella somos tenidos. Ella es el recipiente, la conexión y la coherencia de cuanto nos sucede; sin ella, nada queda.

De ahí que la primera exigencia de un ser vivo sea vivir. Se trata de un deber previo a cualquier otro: vivir a pesar de todo, a costa d todo, de la vida también en ocasiones: tan primordial es esa obligación. Y vivir no es respirar. Respirar es sólo la posesión de una posibilidad. La vida verdadera es lo demás: la intensidad, el riesgo, la apuesta permanente, el avance y la avanzadilla, la utilización de los recursos, el despliegue de las potencias… Una jadeante búsqueda de seguridad, un exceso de cautela o de prudencia o de olvido. Por eso yo no me empeñaba en olvidar- empequeñecen la vida. Por el contrario, la curiosidad, la admiración, el desprendimiento, la aventura, la enriquecen, la multiplican y la ensanchan.

Quien la transforma en una costumbre ha empezado a perderla. En ella es esencial la sorpresa y congénita la novedad…

Simplemente será pereza


Antes tomábamos medidas oportunas para recuperar lo que no habíamos perdido todavía: nos hostigaban la inseguridad y la impaciencia como a Ío los tábanos. Pero todos los castillos inexpugnables han sido ya expugnados; todos los acompañantes insustituibles han sido ya sustituidos; todos los amores inolvidables, olvidados… ¿Olvidados? No, sino que fuimos embotando los largos filos que nos ensangrentaban. ¿Es que somos más fuertes? No, acaso es que somos simplemente más nuestros, y hemos ido cerrando las ventanas. O acaso es que empezamos a ser cada vez menos, y volvemos la mirada hacia dentro. La sangre se nos hace perezosa. Y el llanto.

Repitamos.


Hoy es un día terrible. Porque es exacto a los demás. O sea, lleno de peligros… Podría asomarme a un balcón y aullar como un perro a la Luna. O dejarme caer del balcón a la calle. O enamorarme locamente del primero que pase…de ti. No para recuperar lo irrecuperable, sino para empezar otra vez – la misma y de la misma forma: a tientas y a ciegas- el amargo proceso de la desilusión.

Cuando no haya consuelo.


Cuando llegue aquel día ya no me consolarán de mi soledad, tan enconada, tan diaria, tan sólida, ni los éxitos de los que quiero. Porque sus éxitos no amparan ni calientan ni acarician. No son éxitos capaces de reparar tanta ausencia de una mano en las mejillas, de un brazo sobre el hombro, de unos besos revolviéndose por las comisuras de los labios.

Destemplanza


¿Sola?, se preguntó de repente y miró alrededor como si alguien hubiese podido oírla.
Quizá reconocer esa soledad sea reconocimiento de una frustración. Pero yo no creo que esté frustrada, ¿o sí? ; o será una sensación pasajera o una consecuencia de la edad, o del cansancio: eso será… O una equivocación. O a lo mejor no tener a nadie a quien contarle nada. A nadie… Pero a eso justamente es a lo que se llama soledad. Pero ¿por qué yo sola? Otra vez esa palabra… ¿Cómo voy a estar sola si estoy hasta tal punto acompañada que no tengo ni un minuto para mí? Sí tienes: estos minutos de ahora mismo. Se puede trabajar mientras se piensa en otra cosa. Sí; en esto, en esta soledad, que es como una carcoma interior, una amenaza diluida en el aire que respiro: como esas décimas de fiebre que no llegan a ser síntomas de una enfermedad, pero enturbian la salud y desaniman y confunden la tarea y las horas…