martes, 17 de junio de 2014

Ebria de odio.

A estas alturas, dudo que alguien se siente y se pare a mirarme por dentro. De ser así el color de mis órganos no debe de ser un bonito paisaje.

Dudo que alguien se siente y se pare a mirarme por dentro como se mira a una lluvia de estrellas. De ser así, imagino que pretenderán coser este hueco en mi garganta por donde me entra la nostalgia o procurarán tocar mis escondidas costillas sin que suenen a suicidio. 

Dudo que alguien se siente y se pare a mirarme por dentro sin censurar mis labios de besar cicatrices, mis manos de marcar espaldas y mi lengua que tantas miserias lamió.

Anda, acomódate y disfruta de cómo puedo beberme el odio y vomitar en el jarrón de porcelana un poema de amor.

Amársete.

A veces,
miras como al infinito
-o no miras-
y te pones triste,
entonces te amo,
y lo que siento es como si me amara a mí misma,
como si fuera tu mano, mi mano
tus ganas de morir, mi suicidio
y tus ojos fueran los mismos ojos
-tristes-
que se mueven dentro de mis cuencas.

06/14

No seas como ellos.
Ellos me miran  y piensan que es normal en mí esa sonrisa tan enorme un rato y al siguiente ni rastro de ella.
Ellos ven cómo camino y ni se preguntan la razón por la que doy un paso más, oyen mis palabras y no comprenden que mi tono es sólo una mezcla entre educación y desgana.
Y yo no quiero que seas como todos ellos. No eres como ellos.
Ellos creen conocerme. ¿Entiendes?
Ellos quieren a la persona que creen que soy.
Tú no hagas eso, quiéreme aún desconocida.

Una tarde de domingo.

Acabo de descubrir que el amor es una tarde de domingo.
Ahora sé que no bastará con amarnos.
Querrá que vayamos al teatro, que paseemos de la mano por las estrechas calles, que le bese las cicatrices, le lama los tatuajes y querrá convertirme en una versátil pieza de arte.

Joder, el amor es una tarde de domingo.

Ahora sé que me preguntará mil millones de veces si de verdad le quiero.
Tiene miedo de que el amor acabe. O de que ni empiece.
Los dos sabemos lo asquerosamente caprichoso que es el amor.
"¿Me quieres?" Por supuesto. "¿Mucho?" Muchísimo. Pero muchísimo nunca será suficiente porque el amor es una tarde de domingo.

A las 21.

Jueves.
Deseo nº 2: Que hoy te pongas triste por mi culpa.

Ni la primera ni la única.

Yo quería ser la primera
que se enamorara de ti
y de tus aires de ser extravagante 
que no recuerdan a nadie 
excepto a aquellos a que nadie recuerdan.

Y, siendo sincera, más que la primera
quería ser la única,
y que, aún así, me rechazaras
porque ya tienes bastante con amarte
a ti mismo
y escribirte poemas de amor.

No queda nada lindo que decirte
que no te hayan/hayas dicho
ni tú nada que decirme 
que no hayas pronunciado antes.

Y, a pesar de todo,
cuando el perro que aún no tienes
acerque su hocico a tu oído,
yo le envidiaré por ello.

lunes, 9 de junio de 2014

Amada

Amada.
Mal amada.
Insuficientemente amada.
Apresuradamente amada.
Pero amada.


Rayuela ya hablaba de nosotros.

Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.


Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

martes, 3 de junio de 2014

Aprendo contigo lenguajes paralelos.

Yo aprendía contigo lenguajes paralelos: el de esa geometría de tu cuerpo que me llenaba la boca y las manos de teoremas temblorosos, el de tu hablar diferente, tu lengua insular que tantas veces me confundía.Con el perfume del tabaco vuelve ahora un recuerdo preciso que lo abarca todo en un instante que es como un vórtice, sé que dijiste "Me da pena", y yo no comprendí porque nada creía que pudiera apenarte en esa maraña de caricias que nos volvía ovillo blanco y negro, lenta danza en que el uno pesaba sobre el otro para luego dejarse invadir por la presión liviana de unos muslos, de unos brazos, rotando blandamente y desligándose hasta otra vez ovillarse y repetir las caída desde lo alto o lo hondo, jinete o potro arquero o gacela, hipogrifos afrontados, delfines en mitad del salto. Entonces aprendí que la pena en tu boca era otro nombre del pudor y la vergüenza, y que no te decidías a mi nueva sed que ya tanto habías saciado, que me rechazabas suplicando con esa manera de esconder los ojos, de apoyar el mentón en la garganta para no dejarme en la boca más que el negro nido de tu pelo. Dijiste "Me da pena, sabes", y volcada de espaldas me miraste con ojos y senos, con labios que trazaban una flor de lentos pétalos. Tuve que doblarte los brazos, murmurar un último deseo con el correr de las manos por las más dulces colinas, sintiendo como poco a poco cedías y te echabas de lado hasta rendir el sedoso muro de tu espalda donde un menudo omóplato tenía algo de ala de ángel mancillado. Te daba pena, y de esa pena iba a nacer el perfume que ahora me devuelve a tu vergüenza antes de que otro acorde, el último, nos alzara en una misma estremecida réplica. Sé que cerré los ojos, que lamí la sal de tu piel, que descendí volcándote hasta sentir tus riñones como el estrechamiento de la jarra donde se apoyan las manos con el ritmo de la ofrenda; en algún momento llegué a perderme en el pasaje hurtado y prieto que se llegaba al goce de mis labios mientras desde tan allá, desde tu país de arriba y lejos, murmuraba tu pena una última defensa abandonada.