miércoles, 14 de enero de 2015

Yo es otra.

Es a la otra a quien vosotros conocéis, a quien le ocurre cosas. Yo sólo soy la que camina por este pueblo de 57 habitantes, 23 cerdos y 12 vacas por km2 y me demoro en llegar al sitio donde yo no pertenezco pero ella sí.
De ella tengo noticias por las personas que me saludáis, por los escritos que deja en la mesita de noche, los dolores que me oprimen el pecho y no me dejan dormir o en todas las veces que me miro en el espejo y advierto mis labios con el carmín corrido de los besos que yo no he dado.
Me gustan sus camisas estampadas, yo las mal coloco en el armario y luego ella deber ponérselas arrugadas.
Ella no tiene mucha vergüenza y no le molesta ese interés recíproco tan fugaz con los hombres pero yo, a veces, lloro porque a algunos los he amado.
Yo vivo y me dejo vivir por ella porque ella crea y eso me justifica. Y para ser sincera, porque no sé ya dónde empieza la una y termina la otra y también porque todos esperan de mí lo que ella es.

Estoy destinada a perderme y sólo algo de mí sobrevivirá en la otra. Cada vez más a menudo voy entregándole todo aunque deteste sus aires de independiente y su manera infantil y poco arriesgada de escribir.

Así, mi vida es una constante huida y todo lo pierdo y todo es olvido o de la otra.

De hecho, no sé cuál de las dos está escribiendo esto.