lunes, 10 de junio de 2013

Arruinémonos.

¿Recuerdas cuando me dijiste que deberíamos vivir juntos y ser infelices para poder ser felices? Considera una prueba de lo mucho que te quiero el haber pasado tanto tiempo desgastándome en el intento para ver si funcionaba.
Una amiga me llevó a un sitio impresionante el otro día, se llama el Augusteo, Augusto lo construyó para que albergaran sus restos. Cuando llegaron los bárbaros lo arrasaron, junto con todo lo demás. El gran Augusto, el primer gran emperador de Roma, ¿Cómo podría haber imaginado él que Roma, o lo que para él era el mundo entero, acabaría un día en ruinas? Es uno de los lugares más silenciosos y solitarios de Roma. La ciudad ha ido creciendo a su alrededor durante siglos, es como una bella herida, como un desengaño amoroso al que te aferras por el placer del dolor.
Todos queremos que nada cambie. Nos conformamos en vivir infelices porque nos da miedo el cambio, que todo quede reducido a ruinas. Pero al contemplar ese sitio, el caos que ha soportado, la forma en que ha sido adaptado, incendiado, saqueado… y luego ha hallado el modo de saberse levantar, me vine arriba. A lo mejor, mi vida no ha sido tan caótica y es el mundo el que lo es, y el único engaño es intentar aferrarse a ella a toda costa. Las ruinas son un regalo. Las ruinas son el camino a la transformación. 


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