No voy a estar
contigo ni un minuto más. Estoy harta de todas tus patadas. He dicho patadas. Y
de tus camisas, de lavarlas y de plancharlas. Qué feas son tus desgraciadas
camisas y eso que las elegí yo. No te quiero, me oyes, es que ya no te quiero
nada. No me gusta el fútbol ni el tenis ni las novelas de romanos o de
extraterrestres o de dragones o de cofres orientales o de lo que sea que tú
lees por las noches antes de quedarte dormido como un cerdo. ¿Lo oyes bien? No
me gusta nada, nada, nada el fútbol. Me parece una cosa monstruosa, el fútbol.
No me gusta tu madre, ni tu hermana, ni tus primos. Que te largues. Llevo diez
años a tu lado y en diez años no he abierto la boca. No sabes hacer café. No
sabes acariciar. No sabes hacer una tortilla. No sabes llamar al fontanero. No
sabes tender. No sabes amar. No sabes sonreír. Y me das tanta pena, porque en
realidad es que me das pena. Pena. Sí, pena, porque no tienes culpa de nada.
Sí, es verdad, sólo sabes poner el despertador y tomarte una cerveza con los
amigos después de currar diez horas seguidas (tranquilo, no me tiraría a tus
amigos aunque fuese los últimos falos erectos sobre la tierra porque son tan
monstruosos como tú, monstruosidad no culpable, si quieres, pero no más que eso).
Eres un Nosferatu posindustrial, amado mío. Diez horas trabajando. Llevo diez
años oyendo lo de las diez horas. Diez años a diez horas para nada. <<Es
que mi trabajo es muy importante>>, dices. Sí, no veas como está
cambiando el mundo con tu trabajo. Se nota a diario, sí, el cambio del mundo,
por tu voluntad trabajadora. Anda, pon el despertador. Ya tienes planchada la
camisa. Mañana tienes mucho trabajo, amor mío. Pobre diablo, el amor de mi
vida. Anda, acuéstate. Pobre diablo, que ya no se la encuentra, que ni si
quiera tiene coraje de buscarse una amante. El tonto de mi marido no sabría qué
hacer con una amante. Sí, ya sé que estás trayendo mucho dinero a casa, y ahora
compraremos muebles nuevos y cambiaremos el coche. Bien. Es maravilloso. Me
tiraría al fontanero, al policía municipal que trae las multas que te ponen por
no saber aparcar, el vecino del quinto, al del sexto, al del tercero, y tú
nunca notarías nada. Nada de nada notarías. Una mesa de madera maciza y un
Penault Megane y una semana en Cancún. Tu camisa a cuadros, tu cinturón, tu
pantalón de tergal y tus mocasines. Anda, amor mío, yo te pongo el despertador,
mañana vas a hacer lo mismo que ayer, qué pasión. Trabaja, amor mío, madruga,
amor mío. Tu única voluptuosidad: un frasco de Loewe comprado en el dutty free.
Y muérete pronto, amor de mi vida. Me gustaría verte morir, ay, eso me pondría
cachonda, eso me abriría la raja desde Ciudad del Cabo hasta Reikiavik. Muérete
pronto pedazo de cabrón, que me jodes la vida a cada instante, a cada instante.
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